miércoles, 24 de octubre de 2007

Un día en el gimnasio

Debería haber un dicho que dijera “si cocinas, haz ejercicio”. Sí señores, estoy cogiendo peso. Lo noto, tengo barriguilla. Por mucho que me digan mis abuelas que eso es normal, no lo es. Así que he decidido tomar medidas drásticas: me he apuntado a un gimnasio con Raquel.

Me hago unos dos kilómetros corriendo (ya sé que no es mucho, pero hay que ir a acostumbrándose) y diez minutos en una máquina que parece de ski. Ésta última no la había visto hasta que vine aquí, pero no me olvidaré de ella, sus agujetas dejaron una gran marca en mi memoria.

Después de hacer ejercicio, solemos ir a la piscina. Además de que está más fría que las españolas (cuestión de aclimatación, supongo), tienen varias características:

1) Si no estás en un cursillo donde se nada más o menos rápido, las brazadas son suecas, es decir, muy calmadas.

2) Si no estás en un cursillo, no metes la cabeza y, por tanto, no llevas ni gorro ni gafas.

3) Si lo que quieres es divertirte, pon un mini Aquópolis dentro de la piscina. En serio, tiene toboganes, casitas para los niños, una piscina para saltos...

Como el agua está demasiado fría y nosotras no estamos en un cursillo y, por tanto, no podemos ir demasiado rápido para no agobiar a la gente, solemos aguantar 15 minutos. Luego nos vamos a la sauna, donde debido al calor sólo aguantamos 5 ó 10 minutos.

Y tras una hora de deporte volvemos a Björnkulla más contentas que una perdiz para caer de nuevo en la comida porque, como todo el mundo sabe, hacer ejercicio da hambre.

Por cierto, os dejo un vídeo que pusieron el otro día en la televisión mientras estaba concentrada en no caerme de la máquina de correr.


Adivina, adivinanza ¿qué es lo que llega con dos meses de retraso?

¡El viernes tuve correo! Adivinad qué. ¡Los papeles de Internet! Después de más de un mes de espera y de buscarme la vida, llegó el contrato. En cierta manera me alegro porque sino hubiera pagado mucho más por menos velocidad. Gracias a dos vecinos finlandeses de mi edificio tengo una línea wifi de 54 Mbps (en España lo normal es que en casa tengamos unos 3) que me ha costado 240 coronas por los cuatro meses que lo voy a utilizar. Es decir, me sale a 60 coronas (6 euros aproximadamente) el mes.


Ahora bien, os preguntaréis el por qué de tanto problema con Internet. Las razones son dos:



1) No tenemos número de la seguridad social sueca y, por tanto, no podemos contratar directamente los servicios.

2) El mínimo para contratar Internet es de un año seas o no sueco. Es decir, yo tendría que pagar los doce meses de Internet aún estando aquí solo seis.

Los costes de Internet, por tanto, serían con Bredbands Bolaget (por doce meses):

24 Mbit --> (339x12) + 25 (contrato) + 1 (router) = 4094 SEK
8 Mbit --> (299x12) + 25 +1 = 3614 SEK
2 Mbit --> (199x12) + 25 +1 = 2414
250kbit --> (99x12) + 25 +1 = 1214

Sin embargo, hay que reconocer que Söderstörns ha intentado encontrar la solución por todos los medios, aunque un poco tarde. Hace un par de días nos llegó este mail:

“There is a separate internet company that wishes to offer you the possibility to connect to the Internet, even though you have no personal numbers and regardless of whether you are staying for 6 or 12 months. I urge you all to look at the attached document and decide for yourselves whether you wish to choose this company as your provider. If you have any questions, please email me at this address.”

Al menos, los siguientes Erasmus que vengan después de nosotros lo tendrán mucho más fácil. Les felicito por la suerte que van a tener. En cualquier caso, a nuestros “herederos” les aconsejaría que hablasen con sus vecinos porque a mi parecer sale mucho más económico. Además entablas relaciones sociales con los del pasillo, que nunca está de más.

domingo, 14 de octubre de 2007

Érase que se era

Érase que se era una joven de veinte años que no sabía cocinar, pues de los macarrones con tomate y los huevos revueltos con jamón y queso no pasaba. Como iba a estar cinco meses en Suecia sola, su madre la enseñó a hacer tortilla de patatas y le compró un libro de cocina.

Una vez en el frío norte, la joven se puso a buscar comidas ricas que hacer con su nueva amiga Raquel. Juntas compraban ingredientes y modificaban las recetas porque no todos lo que necesitaban estaba a la venta. Empezaron por los dulces: tartas y bizcochos que fueron devorados por todos sus compañeros.

Poco a poco se adentraron en la cocina española, como cocidos al que echaron un hueso de jamón porque no encontraban un hueso de caña. Los fideos, muy conocidos en su país, los tuvieron que pedir a Borja porque no los encontraron en el supermercado. Mmmm que rico cocido.

Las albóndigas también cayeron en su punto de mira... pero no se lo dijeron a nadie porque les salieron un poco amorfas. “¡Ains si el arte culinario se heredase de abuela a nieta, otro gallo nos cantaría!” pensaba la joven.

Unas semanas después fue el cumpleaños de Raquel, que coincidió con el día que celebraban una cena típica española de su edificio. Tal morriña tenían que la joven y su amiga hicieron croquetas, pan con tomaca, queso con melón... y un sinfín de tapas más. Y cómo no, no faltaron los postres: quesada y arroz con leche. Los invitados, varios sudafricanos, alemanes, una inglesa, un checo, así como otros dos españoles, no dejaron que nada se quedase en la mesa. ¡La cena fue un éxito!

Cuando un día el aburrimiento se apoderó de las dos jóvenes, decidieron hacer galletas de chocolate. Como no controlaron la cantidad de levadura, las mini cookies que metieron en el horno se convirtieron en súper galletas. También se pasaron con la harina, pero nadie lo notó excepto ellas mismas. Como hicieron muchas galletas llevaron algunas a los demás habitantes de Björnkulla. Borja de comer tantas se cogió una indigestión.

“Casi expertas somos en el arte culinario”, pensaba la joven, que agradecía mucho los conocimientos aportados por Raquel y el libro de cocina. Modificando la receta tajin de pollo con aceitunas, crearon el tajin de pollo con dátiles. No duró más de dos días. La misma existencia que tuvieron los espaguetis a la boloñesa.

¡La madre de la joven ya no tiene que estar preocupada! Cuando ésta vuelva de Suecia en Navidades les mostrará a todos su especialidad: crumble de manzana con fresas.

sábado, 13 de octubre de 2007

Recepción el ayuntamiento

Cada año, el ayuntamiento de Estocolmo realiza una recepción para los “exchange students” de todas las universidades de la ciudad. Consiste en que un alumno de cada una de ellas dé gracias al alcalde por financiar los diferentes programas internacionales.

Debido a la cantidad de Erasmus y estudiantes de otros programas que somos por aquí, a cada oficina internacional se le da un número determinado de entradas. A Söderstöns Högskola sólo le correspondieron 75, por lo que todos los que quisimos ir a la recepción tuvimos que estar en la universidad a las ocho de la mañana (se daban a las nueve) para hacernos con una de las preciadas invitaciones.

Raquel y yo llegamos a eso de las ocho y cinco y fuimos el número 18 y 19. Fue curioso que siendo los de Björnkulla los que vivimos más cercanos a la universidad, recogiéramos las entradas sólo once: Annika, Konrad (ambos alemanes), Mila, Matthew, Chevy (sudafricanos), Catherine (creo), Anne, Benedikt (alemanes), Raquel y yo. Se ve que la gente prefiere dormir.

Dos semanas más tardes, el 3 de octubre a las seis de la tarde, para ser exactos, tuvo lugar la recepción en el ayuntamiento. Aunque algunos no teníamos ropa muy formal, intentamos ir lo más arreglados posible (era una de las condiciones impuestas por la invitación). Hubo gente que iba más informal y otra que parecía que asistía a una entrega de premios.

El escenario, un edificio precioso desde donde hay unas vistas de la Estocolmo preciosas, y también nosotros mismos hicimos que la velada fuera especial. No es que fuera nada del otro mundo, sólo un discurso del alcalde, de Matthew (por primera vez desde que estoy aquí le entendí a la perfección porque intentó no tener acento) y un buffet. Había mucha comida y barra libre. Ni que decir tiene que el vino tuvo un éxito enorme. A las 7 y media empezaron a cerrar las puertas en una indirecta muy directa de que la recepción había acabado.

No es que durase mucho, ni que la comida fuera excepcionalmente buena (alguna lo era), pero fue especial. Por unas horas, nos sentimos importantes comiendo y hablando en el salón donde se realiza el banquete de los Premios Nóbel.

Más fotos

martes, 2 de octubre de 2007

Noche de rock

Si te piensas qué tipo de música escuchan los nórdicos lo primero que viene a la cabeza es Abba y rock. Sin embargo, parece que nuestros intentos por ir a un club donde pongan este último tipo de música no dejan de ser eso, intentos. No obstante, lo del otro día fue simplemente mala suerte.

El viernes es día de fiesta y como tal decidimos aprovecharlo. Meseret y Anna estaban de celebración porque habían terminado de escribir las redacciones de sus respectivos cursos; Emily quería descansar de preparar el examen que tiene el lunes y los demás simplemente queríamos divertirnos.

Pero la fiesta no empezó en un club, sino en un restaurante eritreo en Estocolmo. Meseret, Raquel y yo ya habíamos estado una vez allí; pero para Emily, la coreana (lo siento...nunca me acuerdo de su nombre), Borja, Benedict, Petre y Anne era su primera vez. Raquel y yo ya estábamos preparadas, es decir, sabíamos qué platos no íbamos a tomar para no tener que beber dos litros de agua en dos horas: sólo uno, el menos picante. Todos menos Meseret, Borja y Benedict pedimos el mismo plato. No sobró nada.

Tras nuestra experiencia africana, fuimos a recoger a Lucía, Bjorn y Jacek para dirigirnos a la parada de metro Slussen. El objetivo era un club de rock. Benedict había buscado información de cuanto costaba la entrada en Debaser (según todo al que preguntamos el mejor club de rock de Estocolmo) y Medusa. Éste último era más barato así que decidimos ir para allá...pero, ¿dónde estaba? Según Benedict, a 100 metros del Debaser, pero fuimos en dirección contraria... no sería porque no dije unas cuantas veces hacía dónde debíamos ir.

El caso es que acabamos al lado de un Debaser, pero de Hip Hop. Menos mal que Raquel se acordó de que había visto el otro día el Medusa...¿adivinaís que dirección tomamos? Os dejo a vosotros la respuesta.

Tras diez minutos volviendo por donde habíamos venido, llegamos al Medusa, pero era pequeño y además un pub. Puede ser que sea más grande de lo que parece no lo sé, pero en la mayoría de los lugares tienes que pensarte bien si entrar porque la entrada cuesta de 60 Krounds para arriba.

Así que al final fuimos al Debaser (100 Krounds la entrada) y ahí empezó nuestra mala suerte. Ese día había concierto por lo que se tardó un poco más en entrar. Si normalmente es una hora de cola, tardamos una hora y veinte. En la espera perdimos a Borja, Jacek, Anna y a la coreana que se fueron en busca de un club de house. A eso de la una, con el concierto acabado, la gente empezó a salir y nosotros tomamos al sueco de delante nuestro como traductor de lo que el de seguridad decía, es decir, que tendríamos que esperar algo más.

Al final conseguimos entrar ¿y qué nos encontramos? Debido al concierto ese día era noche especial y no tenían música rock...sino poppy de los años 80, principios de los 90. No conocía ni una canción. Por dios, si por poner pusieron incluso lambada.
En fin, al menos la música daba para hacer el tonto. La manera sueca de bailar es muy distinta a la española. Aquí lo importante es divertirse, no bailar bien. De ahí que nosotros mezcláramos un poco, es decir, hicimos el tonto muchísimo pero bailando más o menos bien y pasamos un buen rato. Tuvimos una batalla fotográfica, un inspector Gachet, una sueca alabando nuestra forma de bailar (nos copiaron el baile mueve los brazos a la izquierda, muévelos a la derecha) y Petre acabó la noche con el teléfono de una chica. Tampoco nos fue tan mal, ¿no?

A las tres cierran todos los clubs por lo que nos fuimos a coger el autobús nocturno que vino nada más llegar nosotros. Debido a la cantidad de gente que había nos desperdigamos un poco y pasó lo que debía pasar: Emily se durmió y no nos dimos cuenta de que no había bajado con nosotros hasta que el bus se fue. Tuvimos que llamarla y decirla que cogiera un taxi. El cargo de conciencia que tuvimos fue bueno...

Cuando llegamos vimos a Borja y la coreana que acababan de llegar. Para nuestra alegría (ya sabéis, mal de otros, consuelo de tontos) el club de jazz al que fueron no era nada de otro mundo, tuvieron que pagar 160 Krounds y la música no era muy buena. Al menos nosotros tuvimos dos canciones buenas, nos lo pasamos genial y pagamos “sólo” 100 coronas por entrar.

Uppsala

El sábado pasado, Borja, su novia Cristina que estaba de visita por aquí, Raquel y yo fuimos a Uppsala. La cuarta ciudad más grande de Suecia tiene entre sus muchos encantos la universidad más antigua (1477) de Escandinavia. Se la considera una ciudad estudiantil. Borja no paraba de decir que era como nuestro Salamanca. Puede que así sea, pero a mí me pareció más bonita Uppsala.

La
universidad es el sueño de cualquier estudiante porque es una belleza, se respira historia por todos lados. Eso sí, hay algunas clases un poco antiguas. Pero aún siendo grande e importante, en las clases normales no hay más de 30 personas. El campus cuenta también con un auditorio de mayor capacidad y salas con proyectores.

También cuenta con la catedral gótica más grande del norte de Europa. Pero no pudimos entrar porque había una boda. En realidad, en toda la ciudad se respiraba cierto ambiente festivo, no sólo por las tres o cuatro bodas con las que nos cruzamos, sino porque debía haber algún acto oficial de la universidad y se podía ver gente de esmoquin y los trajes típicos de la misma. A eso hay que añadir que tanto el Aula Magna como el recibidor estaban con carteles. También pudimos oír el ensayo de un concierto.

Uppsala también cuenta con un castillo... bueno, un castillo escandinavo bastante feo la verdad. De color rosa y redondo. A lo mejor al arquitecto no le gustaban el Renacimiento y el Barroco. Aún así merece la pena visitarlo porque se encuentra en un alto y tiene unas vistas preciosas de toda la ciudad. Parece ser que aloja en su interior al Museo de Arte. Nosotros no llegamos a entrar, pero comimos en los jardines teniendo como paisaje el “mini Versalles” como le llamó Borja.

En realidad se trata del edificio del
Jardín Botánico, al que tampoco pudimos entrar porque había una recepción. Lo que sí pudimos hacer fue disfrutar de sus jardines.

Ya sé que ya he dicho varias veces que los suecos aprovechan al máximo el calor, aunque éste sea mínimo, pero es que no deja de sorprenderme (para bien). Ese día hizo buen tiempo así que las calles estaban tomadas por la gente y, por ejemplo, en los bancos del
Jardín Botánico la gente disfrutaba de los últimos rayos del sol.

Los árboles todavía no están todavía rojos, pero han empezado a cambiar el color de sus hojas. Cuando estén todos rojizos la ciudad debe ser aún más bonita que ahora.


Fotos Uppsala