Debería haber un dicho que dijera “si cocinas, haz ejercicio”. Sí señores, estoy cogiendo peso. Lo noto, tengo barriguilla. Por mucho que me digan mis abuelas que eso es normal, no lo es. Así que he decidido tomar medidas drásticas: me he apuntado a un gimnasio con Raquel.
Me hago unos dos kilómetros corriendo (ya sé que no es mucho, pero hay que ir a acostumbrándose) y diez minutos en una máquina que parece de ski. Ésta última no la había visto hasta que vine aquí, pero no me olvidaré de ella, sus agujetas dejaron una gran marca en mi memoria.
Después de hacer ejercicio, solemos ir a la piscina. Además de que está más fría que las españolas (cuestión de aclimatación, supongo), tienen varias características:
1) Si no estás en un cursillo donde se nada más o menos rápido, las brazadas son suecas, es decir, muy calmadas.
2) Si no estás en un cursillo, no metes la cabeza y, por tanto, no llevas ni gorro ni gafas.
3) Si lo que quieres es divertirte, pon un mini Aquópolis dentro de la piscina. En serio, tiene toboganes, casitas para los niños, una piscina para saltos...
Como el agua está demasiado fría y nosotras no estamos en un cursillo y, por tanto, no podemos ir demasiado rápido para no agobiar a la gente, solemos aguantar 15 minutos. Luego nos vamos a la sauna, donde debido al calor sólo aguantamos 5 ó 10 minutos.
Y tras una hora de deporte volvemos a Björnkulla más contentas que una perdiz para caer de nuevo en la comida porque, como todo el mundo sabe, hacer ejercicio da hambre.